Javier Valenzuela
Dept. de Filología Inglesa, Universidad de Murcia, España
El lenguaje tabú (las palabrotas) es un área de investigación que está atrayendo una gran cantidad de atención en tiempos recientes. Hoy sabemos, por ejemplo, que los tacos tienen un efecto analgésico, que la descarga emocional proporcionada por el lenguaje soez funciona de manera más efectiva en nuestra lengua materna que en una segunda lengua y que el uso de palabrotas no se explica por la posible pobreza léxica de los que utilizan este tipo de recursos.
La palabra “tabú” tiene su origen en la Polinesia, donde se aplicaba a las prohibiciones de comer algún alimento o tocar algún objeto por razones religiosas. Aunque esta versión original de la noción de tabú nos pueda parecer ridícula o absurda, todas las culturas tienen conceptos “tabú”: conductas que se juzgan moralmente inapropiadas, a veces debido más a prejuicios sociales que a razones concretas. Un ejemplo muy curioso lo tenemos con las “palabras tabú”: los tacos o palabrotas (también conocido como lenguaje soez, procaz, malsonante o grosero).
La razón por la que determinadas palabras están prohibidas y su uso es considerado inapropiado no está clara. No es debido a su asociación con un sonido concreto (podemos, por ejemplo, decir “pata”, “peta”, “pita” y “pota”, pero no lo que sigue), ni tampoco a un significado concreto (no hay problema en decir “prostituta”, “meretriz”, “buscona” o “pelandusca”, por utilizar algunas de las numerosas opciones disponibles en español), sino la unión de un sonido concreto con un significado concreto. Es decir, en español peninsular podemos decir “fallar” -sonido- y “hacer el amor” -significado-, pero no lo que hay en medio.
La utilidad de las palabrotas y los juramentos se basa precisamente en esa prohibición social, esas normas cuya ruptura es lo que produce efectos emocionales, que pueden resultar extremadamente útiles. Un creciente número de investigadores se está dedicando a estudiar este tipo de lenguaje, cuya utilidad no es únicamente comunicativa, sino también fisiológica, emocional y social. En este sentido, existen en la actualidad una enorme cantidad de estudios dedicados a analizar estos y otros muchos aspectos del lenguaje soez; este artículo revisa algunos de ellos, pero el lector interesado dispone de varios libros recientes que recopilan un gran número de estudios (p.ej., Adams, 2016; Bergen, 2016; o Byrne, 2017).
Para empezar, uno de los estudios más populares mostró cómo decir tacos puede tener un efecto analgésico. De hecho, esta es la razón por la que soltamos juramentos, cuanto más rotundos mejor, al golpearnos un dedo con el martillo. Stephens y col. (2010) midieron este efecto: cronometraron el tiempo que aguantaban dos grupos de participantes con las manos sumergidas en agua helada. A uno de los grupos se le permitía decir tacos, mientras que el otro únicamente podía utilizar una lista de palabras neutras: el grupo de las palabrotas aguantó el doble de tiempo con las manos en el agua helada. Un estudio posterior, sin embargo (Stephens y Umland, 2011), encontró que este efecto analgésico disminuía en función de la frecuencia habitual con la que los hablantes usaban palabras soeces. Al parecer, hay que ser cuidadoso en nuestro uso de tacos, porque su efecto “se gasta” con el uso excesivo.
La descarga emocional proporcionada por una buena palabrota únicamente funciona de manera óptima en nuestra lengua materna. Harris y col. (2003) usaron la respuesta galvánica de la piel para medir la excitación emocional creada al decir tacos en una lengua materna frente a una segunda lengua, y encontraron un efecto emocional muy superior cuando se utiliza la lengua materna para estos menesteres. Otro estudio (Colbeck y Bowers, 2012) analizó el comportamiento de hablantes ingleses nativos y hablantes chinos que tenían el inglés como segunda lengua: el uso de palabrotas como distractores en una tarea de reconocimiento rápido de palabras interfirió con los hablantes nativos; también lo hizo con los hablantes de inglés como segunda lengua, pero de manera mucho más reducida.
Como hemos comentado, la cantidad y variedad de estudios del lenguaje tabú excede con mucho lo que se puede cubrir en este breve texto, con lo que sólo nos queda espacio para comentar un último estudio. Jay y Jay (2015) relacionaron el uso de lenguaje soez con la fluidez lingüística. A menudo se ha pensado que el uso de palabrotas es debido a la pobreza léxica de una persona, que utiliza los tacos como “comodines” al no encontrar una palabra más precisa y ajustada al contexto deseado. Estos autores utilizaron una tarea cuidadosamente controlada para medir la fluidez lingüística de un grupo de participantes. Les pedían que nombraran, por ejemplo, la mayor cantidad posible de nombres de animales empezando por una determinada letra durante un minuto. Compararon los resultados obtenidos en esta tarea con los obtenidos en una segunda tarea en la que les pedían nombrar “la mayor cantidad de tacos y palabrotas” posibles. Los resultados mostraron una alta correlación entre ambas tareas: los participantes con mayor fluidez mostraban su superioridad en ambas tareas. Este resultado desmontó la teoría de que el uso de palabras tabú pueda deberse a una carencia por parte de los usuarios.
Es dificil no caer en la tentación de terminar este artículo con una buena retahíla de sonoras palabrotas que provoquen una descarga emocional en el lector y hagan que recuerde este artículo de manera más duradera. Prefiero, sin embargo, ahorrármelas y no malgastar su efecto analgésico para la próxima vez que vaya descalzo y me golpee un dedo del pie con la pata de la mesa.
Referencias
Adams, M. (2016). In Praise of Profanity. Oxford, Oxford University Press.
Bergen, B. (2016). What the F. What Swearing Reveals about our Language, our Brains and Ourselves. UK: Hachete.
Byrne, E. (2017). Swearing is Good for You: The Amazing Science of Bad Language. W.W. Norton.
Colbeck, K. L., y Bowers, J. S. (2012). Blinded by taboo words in L1 but not L2. Emotion, 12, 217–222.
Harris, C. L., Ayçiçegi, A., y Gleason, J. B. (2003). Taboo words and reprimands elicit greater autonomic reactivity in a first than in a second language. Applied Psycholinguistics, 4, 561–578.
Jay, K. L., y Jay, T. B. (2015). Taboo word fluency and knowledge of slurs and general pejoratives: Deconstructing the poverty-of-vocabulary myth. Language Sciences, 52, 251-259.
Mohr, M., Stephens, R., Atkins, J., y Kingston, A. (2009). Swearing as a response to pain. Neuroreport, 20, 1056-1060.
Stephens, R., y Umland, C. (2011). Swearing as a response to pain: Effect of daily swearing frequency. Journal of Pain, 12, 1274–1281.
Manuscrito recibido el 1 de junio de 2018.
Aceptado el 19 de junio de 2018.