Javier Valenzuela
Dept. de Filología Inglesa, Universidad de Murcia, España
Las lenguas del mundo difieren enormemente en su complejidad morfológica. Nociones como el tiempo, el aspecto, la negación, la evidencialidad o la estructura de eventos se pueden expresar por medios morfológicos o simplemente de manera léxica. Lupyan y Dale (2010) han realizado un estudio estadístico de más de 2000 lenguas en el que encuentran un alto grado de correlación entre la complejidad morfológica de una lengua y factores demográficos como el número de hablantes, su extensión geográfica o su grado de contacto lingüístico con otras lenguas. Estos resultados apuntan a la relevancia de factores socio-culturales en la explicación de la estructura gramatical de las lenguas.
Las lenguas difieren en el grado de complejidad morfológica: mientras que en español, el futuro se expresa por medio de un morfema insertado en la palabra (cantaré), en inglés se expresa por medio de una palabra independiente (I will sing); mientras el latín expresaba la información sobre la estructura de eventos (quién hizo qué a quién) con las declinaciones de nominativo o acusativo (canis hominem mordet, «el perro muerde al hombre»), el inglés lo hace simplemente poniendo las palabras en un determinado orden (ordenando sujeto > verbo > objeto, dog bites man). Otros dominios que pueden ser expresados con un morfema agregado a una palabra o bien como una palabra independiente (es decir, léxicamente) incluyen el tiempo verbal, la negación, la pluralidad, el aspecto y las expresiones de probabilidad. Tipológicamente, a las lenguas que tienden a expresar la información de manera léxica se las conoce como «aislantes».
Pues bien, un estudio reciente (Lupyan y Dale, 2010) ha llevado a cabo un análisis estadístico de 2236 lenguas en el que han encontrado una correlación estadísticamente muy clara entre «factores lingüísticos relacionados con la complejidad morfológica y factores demográficos y socio-históricos, tales como el número de usuarios de la lengua, la extensión geográfica y el grado de contacto lingüístico» (Lupyan y Dale, 2010; traducción JV).
El método seguido consistió en la construcción de una tabla en la que se incluyeron los mencionados factores demográficos y una serie de variables gramaticales (las relacionadas más estrechamente con la expresión morfológica), que se extrajeron del World Atlas of Language Structures (WALS), que recopila propiedades estructurales de las lenguas del mundo. Al separar las lenguas en «lenguas con gran número de usuarios» frente a «lenguas con un número de usuarios reducido», sus resultados mostraron que las lenguas de grupos grandes tenían una tendencia muy superior a ser del tipo «aislante», es decir, a utilizar estrategias léxicas en vez de morfológicas para expresar un gran número de dominios.
Figura 1.- Distribución geográfica de las 2.235 lenguas utilizadas en el estudio de Lupyan y Dale (2010).
Para cada lengua, los autores calcularon un «índice de complejidad morfológica» sumando el número de rasgos gramaticales para los cuales una lengua utiliza una codificación léxica en vez de morfológica. Se encontró una correlación muy significativa entre este índice de complejidad y el tamaño de la población de hablantes (p < 0.00005): las lenguas con más hablantes tienen más posibilidades de utilizar estrategias léxicas (en vez de morfológicas) para codificar distinciones sintácticas y semánticas.
La razón de estas diferencias hay que buscarla en la llamada «hipótesis del nicho lingüístico». Esta hipótesis distingue dos situaciones en las que las lenguas se aprenden y se hablan: los nichos «intragrupales» y los «intergrupales». Las lenguas de nichos intragrupales son aquellas habladas en comunidades pequeñas, entre miembros de un mismo grupo social que comparten una cultura y un ambiente, donde todos tienen un conocimiento general de la comunidad y sus actividades. En ese contexto, no hace falta ser absolutamente explícito sobre hechos y prácticas conocidos por todo el mundo, y la comunicación hace uso de esa base de conocimientos, que se da por sabida. En cambio, una lengua de nicho intergrupal es aquella que posee un gran número de hablantes, con una gran variedad entre ellos. En estas lenguas existe una mayor presión comunicativa para que la lengua sea entendida y adquirida fácilmente por aprendices externos (por colonización o migración). El resultado es que estas lenguas simplifican su morfología e incrementan la productividad de sus patrones gramaticales, con ese objeto de ser más fácilmente aprendibles. El inglés, el suahili o el hindi serían ejemplos de lenguas intergrupales (hoy en día tan sólo el 30% de los hablantes de inglés son hablantes nativos). El malayo es un caso aún más extremo: tan sólo el 15% lo hablan como su primer idioma. En el otro lado de la balanza, están idiomas como el galés o el yupik, un idioma esquimal de Siberia que no tiene hablantes no-nativos.
Wray y Grace (2007) explican algunas posibles razones de esta diferencia en estrategias comunicativas. En resumen, relacionan las lenguas intra-grupo con los hablantes primigenios, quienes seguramente vivían en grupos bastante pequeños de individuos con una alta relación genética, individuos que compartían actividades, metas y cultura en un espacio sociocultural único y relativamente estable. Estas lenguas utilizaban ese alto grado de complejidad semántica y gramatical como medio de cohesión grupal, para perpetuar la integridad del grupo, y como barrera contra los extraños. En cambio, las lenguas de uso intergrupo deben reducir esa complejidad para hacerse más sencillas de aprender, especialmente por adultos. Esto hace que estas lenguas favorezcan los rasgos más transparentes, fáciles, regulares, lógicos y fonológicamente simples.
Esta clara relación entre la estructura social que sustenta una lengua y la estrategia comunicativa adoptada por dicha lengua no deja de ser un concepto controvertido en la ciencia cognitiva actual. Existe actualmente una tendencia a intentar encontrar explicaciones a la estructura y funcionamiento del lenguaje desde una perspectiva puramente cognitiva y en último término, biológica. Sin embargo, estos resultados apuntan a la posibilidad de que lo que algunos lingüistas toman como universales lingüísticos de base biológica sean en realidad productos añadidos por las culturas, es decir, tengan su origen en presiones comunicativas específicas de un tipo de sociedad. Todos estos aspectos pueden en realidad conciliarse si se concibe el lenguaje como un «sistema adaptativo complejo» (Beckner y cols., 2009) en el que interactúan distintos sistemas dinámicos (p.ej., la evolución biológica, la transmisión cultural y el aprendizaje individual). Pero ése es tema para otro día.
Referencias
Beckner, C., Blythe, R., Bybee, J., Christiansen, M. H., Croft, W., Ellis, N. C., Holland, J., Jinyun, K., Larsen-Freeman, D., y Schoenemann, T. (2009). Language is a complex adaptive system: Position paper. Language Learning, 59(s1), 1-26.
Lupyan, G. y Dale, R. A. (2010). Language structure is partly determined by social structure. PLoS ONE, 5(1): e8559.
Wray, A., y Grace, G. (2007). The consequences of talking to strangers: Evolutionary corollaries of socio-cultural influences on linguistic form. Lingua, 117, 543-578.
Manuscrito recibido el 24 de junio de 2010.
Aceptado el 12 de noviembre de 2010.