Hijos emocionalmente estables con un perro en casa

Héctor García-Rodicio
Departamento de Educación, Universidad de Cantabria, España

(cc) Héctor García Rodicio.

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Un estudio con más de 1600 familias, publicado el pasado año 2021, encontró una asociación significativa entre la presencia de un perro en el hogar y un mejor desarrollo emocional y social de los niños. Una revisión sistemática de 2017, tras examinar 22 estudios, concluyó en el mismo sentido. Parece, pues, que la convivencia con un perro es beneficiosa para el desarrollo socio-emocional infantil. En este artículo exploramos el posible mecanismo que explicaría el fenómeno: la existencia de una relación de apego bidireccional niño-perro, en la que ambos ejercen como cuidador del otro. Estudios recientes explorando el comportamiento social de los perros así lo confirman.

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Al menos un tercio de los hogares españoles tiene perro y la tendencia es ascendente (FEDIAF, 2020). Habida cuenta de su eficacia en terapia asistida con animales (Hüsgen et al., 2022), cabe preguntarse si los perros pueden suponer también un beneficio para los niños sanos.

Evidencia reciente sugiere que la presencia de un perro en casa puede, en efecto, tener un impacto positivo sobre el desarrollo infantil, en concreto, sobre la competencia social y la estabilidad emocional de los niños. En un estudio de 2021, Wenden y colaboradores encuestaron a 1646 familias con niños de 2 a 5 años, de las cuales aproximadamente la mitad (el 42%) tenía perro en casa. Los padres y madres rellenaron un cuestionario de 25 ítems sobre el comportamiento social, el desarrollo emocional y los problemas conductuales de sus hijos. El instrumento incluía afirmaciones como “tiene en cuenta los sentimientos de los demás”, “se pone nervioso en situaciones nuevas” o “puede ser cruel con sus compañeros”. Los padres debían determinar en qué medida representaban fielmente a su hijo con respuestas del tipo “totalmente cierto”, “bastante cierto” o “no es cierto”. El resultado fue que los niños criados con un perro en casa puntuaron mejor en el cuestionario, demostrando, según sus padres, más comportamientos prosociales, mayor participación en actividades familiares, menos problemas con los iguales y menos problemas de conducta. La puntuación fue aún mejor entre quienes pasaban más tiempo con su perro. Es importante remarcar que el resultado se mantuvo después de controlar estadísticamente la influencia de variables clave como el nivel educativo de los padres, las horas de sueño del niño y las horas que pasa al día usando pantallas.

Por otro lado, una revisión sistemática reciente (Purewal et al., 2017) buscó estudios que examinasen la relación entre tener perro y el desarrollo social y emocional de los niños. Encontraron 22. En general, los resultados mostraron correlaciones significativas entre tener perro y aspectos como la capacidad para ponerse en el lugar del otro, habilidades sociales o nivel de autoestima. De nuevo, hay que señalar que en buena parte de los estudios se controlaron posibles factores de confusión, como el estatus socio-económico de las familias. La convivencia con el perro, por tanto, parece ser un factor que contribuye a un mejor desarrollo del niño. Sin embargo, como se trata de estudios observacionales, no puede descartarse una explicación alternativa: que sean las familias con un mejor clima emocional las que optan por adoptar perro.

De ser cierto lo primero, es decir, que criarse con perro favorece el desarrollo de la competencia social y emocional, quedaría por identificar el mecanismo que explica tal beneficio. Un buen candidato es el vínculo de apego bidireccional niño-perro. Enseguida veremos que niño y perro cuidan, efectivamente, el uno del otro, lo que refuerza la idea de que es la presencia del perro lo que propicia ese mejor desarrollo emocional.

El apego se define como el lazo emocional de un niño con su cuidador. Este aparece tempranamente en la vida del niño y es importante para su correcto desarrollo. Más concretamente, se han identificado cuatro criterios que debe cumplir un vínculo para considerarse apego, algo que sabemos gracias a la “técnica de la situación extraña”. En esta técnica se somete al niño a determinados eventos, incluyendo (a) entrar con su cuidador a una habitación extraña, (b) que el cuidador salga, (c) que el cuidador regrese y (d) que entre una persona desconocida. Los cuatro criterios de apego son: (1) proximidad (preferencia por estar junto al cuidador), (2) estrés (sentir ansiedad cuando se le separa involuntariamente de su cuidador), (3) base segura (usar al cuidador como base para explorar sin miedo entornos nuevos), y (4) refugio (buscar contacto con el cuidador en momentos de miedo o ansiedad). Pues bien, tanto el niño como el perro cumplen los criterios (Savalli y Mariti, 2020). Esto es, el niño busca proximidad con el perro, experimenta estrés cuando le separan de él y lo usa como base para explorar y como refugio en momentos de tensión. El perro, por su parte, hace lo mismo con su cuidador humano: busca estar próximo a él, siente ansiedad cuando le separan de él, lo usa como plataforma desde la que explorar entornos nuevos y como refugio al que regresar en situaciones de miedo. El hecho de que el apego funcione de manera bidireccional, que niño y perro tomen al otro como cuidador, permite incluso considerar la relación niño-perro como “de amistad” (Savalli y Mariti, 2020).

Ahora, la pregunta que uno podría hacerse es ¿cómo es posible una relación de amistad entre especies diferentes? Por dos razones. Por un lado, porque los humanos somos animales sociales hasta el punto de ser capaces de sentirnos conectados a miembros de otras especies, como perros, gatos o caballos, o incluso a robots (Riddoch y Cross, 2021). Por otro lado, porque, debido a un proceso de domesticación, el perro ha quedado cognitiva y emocionalmente “sintonizado” hacia los humanos.

Algo sorprendente es que el perro responde a su cuidador de manera similar a como los humanos responden a otras personas, algo que sabemos gracias a nuevas técnicas de investigación. Así, sabemos que los perros reconocen la cara de su cuidador humano, que la escanean igual que hacemos nosotros fijando la mirada en los ojos, que verla les provoca emociones positivas activando el circuito de recompensa, que prefieren mirarla durante más tiempo que la de un humano desconocido, que sentir el olor del cuidador les produce también bienestar a través del circuito de recompensa o, incluso, que distinguen palabras de refuerzo como “bien hecho” (Karl et al., 2020). Todo esto sugiere que, a través de la domesticación, es decir, el proceso por el cual fuimos seleccionando a aquellos lobos que toleraban nuestro trato, surgió una nueva especie mucho más social, el canis familiaris, lo que hoy posibilita el vínculo del perro con su cuidador humano. De hecho, sabemos también que los perros, pero no sus parientes más próximos, los lobos, ni los nuestros, los chimpancés, responden a nuestro gesto de señalar con el dedo, saben hacia dónde estamos mirando y nos piden ayuda ante una dificultad (Hare y Tomasello, 2005). En conclusión, existe una “sintonización” del perro hacia los humanos, que sería resultado del proceso de domesticación.

Dada nuestra naturaleza híper social, los humanos estamos configurados para vincularnos con seres animados de cualquier tipo y, gracias al proceso de domesticación, los perros han quedado sintonizados hacia nosotros y nuestra forma de expresar y captar estados mentales. Ambas circunstancias hacen posible la construcción de una relación de amistad niño-perro, donde ambos ejercen como cuidador del otro. Y eso, a su vez, propicia un mejor desarrollo socio-emocional en el niño. ¿Quiere hijos emocionalmente estables? Tener un perro en casa puede ayudar.

Referencias

FEDIAF, The European Pet Food Industry (2020). Facts and figures 2020. European Overview. Bruselas: FEDIAF.

Hare, B. y Tomasello, M. (2005). Human-like social skills in dogs? Trends in Cognitive Science, 9, 439-444.

Hüsgen, C., Peters, N., y Didden, R. (2022). A systematic review of dog-assisted therapy in children with behavioural and developmental disorders. Advances in Neurodevelopmental Disorders, 6, 1-10.

Karl, S. et al. (2020). Exploring the dog–human relationship by combining fMRI, eye-tracking and behavioural measures. Scientific Reports, 10, 22273.

Purewal, R. et al. (2017). Companion animals and child/adolescent development: a systematic review of the evidence. International Journal of Environmental Research and Public Health, 14, 234.

Riddoch, K. y Cross, E. (2021). «Hit the robot on the head with this mallet» – Making a case for including more open questions in HRI research. Frontiers in Robotics and AI, 8, 603510.

Savalli, C. y Mariti, C. (2020) Would the dog be a person’s child or best friend? Revisiting the dog-tutor attachment. Frontiers in Psychology, 11, 576713.

Wenden, E. et al. (2021). The relationship between dog ownership, dog play, family dog walking, and pre-schooler social–emotional development. Pediatric Research, 89, 1013-1019.

Manuscrito recibido el 22 de marzo de 2022.
Aceptado el 7 de julio de 2022.

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