El estudio de las consecuencias psicológicas de la clase social

Ginés Navarro-Carrillo
Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento, y Dpto. de Psicología Social, Universidad de Granada, España

(cc) Sam Leighton.

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La clase social a la que pertenecemos influye en cómo percibimos la realidad, cómo nos sentimos y cómo nos comportamos. Por ejemplo, numerosos estudios indican que las personas de clase baja tienden a percibir que las cosas que suceden a su alrededor dependen de fuerzas externas que escapan a su control, son más empáticas y compasivas, y muestran una mayor inclinación a expresar conductas altruistas que las de clase alta. Este artículo sintetiza las implicaciones psicológicas más relevantes de la clase social y concluye que algunas de éstas podrían contribuir al mantenimiento de las diferencias existentes entre clases.

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En los últimos años se ha producido un notable aumento del interés por estudiar las consecuencias psicosociales derivadas del hecho de pertenecer a una clase social más desfavorecida o más elevada (p.ej., Navarro-Carrillo, Valor-Segura y Moya, 2018). Además, el hecho de que el actual contexto de dificultad e inestabilidad económica tienda a acrecentar las diferencias existentes entre clases (Moya y Fiske, 2017) convierte el estudio psicológico de esta categoría en algo indiscutiblemente relevante a nivel social.

Los contextos sociales que definen nuestra clase social y en los cuales crecemos y convivimos con otros individuos contribuyen a desarrollar un determinado sistema de pensamiento, emoción y acción que, a su vez, influye en cómo nos relacionamos con los demás. De acuerdo con dicha perspectiva (Figura 1; Kraus, Piff, Mendoza-Denton, Rheinschmidt y Keltner, 2012), los factores que definen el entorno de las personas de clase baja –incertidumbre, vulnerabilidad, amenaza, etc.– contribuyen a que éstas tiendan a percibir que las cosas (p.ej., sus acciones, oportunidades personales o situaciones sociales) no dependen de ellas, sino de elementos externos (o contextuales) que no pueden controlar. De esta manera, los pensamientos, emociones y comportamientos de las personas de clase baja estarían guiados por una orientación contextual. Es decir, estas personas centran su atención en aspectos externos de su entorno, lo que les llevaría a interpretar que aquello que les ocurre y sus propias acciones están fuertemente influidos por causas situacionales o incontrolables. Asimismo, a diferencia de las personas de clase alta, serían más sensibles a la información proporcionada por otras personas en términos de pensamientos, acciones, etc. Por otro lado, el entorno en el que se han desarrollado las personas de clase alta, que cuentan con más recursos económicos y están en una posición más alta en la jerarquía social, se caracteriza por la seguridad, la libertad de elección y la estabilidad. Así, estas personas pueden aprender a percibir que tienen la capacidad de ejercer una mayor influencia en su ambiente, dependiendo éste fundamentalmente de aspectos individuales y controlables. Dichos individuos estarían guiados por una orientación solipsista (individualista).

Figura 1. – Traducción y adaptación del modelo propuesto por Kraus, Piff, Mendoza-Denton, Rheinschmidt y Keltner (2012) sobre las características que definen los contextos de clase social y el sistema de pensamiento, emoción y acción consustancial a la clase alta y clase baja.

Figura 1. – Traducción y adaptación del modelo propuesto por Kraus, Piff, Mendoza-Denton, Rheinschmidt y Keltner (2012) sobre las características que definen los contextos de clase social y el sistema de pensamiento, emoción y acción consustancial a la clase alta y clase baja.

Teniendo en cuenta lo anterior, no es de extrañar que se haya encontrado que las personas de clase alta tienen una mayor percepción de control respecto a lo que sucede a su alrededor que las de clase baja (Fritsche y col., 2017). La investigación en este campo de estudio indica que la clase social también se relaciona con las emociones que experimentamos. Es el caso, por ejemplo, de la empatía. Los resultados de Kraus, Côté y Keltner (2010) sugieren que las personas de clase baja son más empáticas que las de clase alta: sus hallazgos demostraron que las personas de clase baja, dado que focalizan su atención predominantemente en aspectos de tipo contextual y no individual, son más precisas que las de clase alta a la hora de identificar las emociones que sienten las personas con las que interactúan.

Otras investigaciones sugieren que la clase social también se vincula con la emoción de compasión. En esta línea, Stellar, Manzo, Kraus y Keltner (2012) propusieron que las personas de clase baja, al estar más alerta de potenciales amenazas que puedan afectarles, tanto a ellas mismas como a los demás, tendrían una mayor inclinación a manifestar compasión en comparación con las de clase alta. Sus resultados verificaron esta hipótesis: los participantes de clase baja, en comparación con los de alta, mostraron mayor compasión en respuesta al sufrimiento tanto de individuos que observaban a través de vídeos como de aquellos otros con los que interactuaban de manera directa.

A este respecto, una variable estrechamente asociada a la empatía y la compasión es la conducta altruista. Piff, Kraus, Côté, Cheng y Keltner (2010), a través de una serie de estudios experimentales de laboratorio, encontraron que los individuos de clase baja eran más proclives a expresar diferentes tipos de conductas altruistas que los de clase alta, probablemente como estrategia para afrontar las condiciones amenazantes de su entorno.

En suma, los contextos de clase alta favorecen una mayor sensación personal de control y una mayor orientación hacia uno mismo, en tanto que los de clase baja fomentan un menor control personal y una mayor focalización en aspectos situacionales. Es precisamente esa menor capacidad de control la que podría redundar, en última instancia, en el mantenimiento de las diferencias existentes entre clases. Estudios recientes (Becker, Kraus y Rheinschmidt-Same, 2017) evidencian que las personas de clase baja perciben en menor medida que su grupo puede hacer algo por cambiar su situación de desventaja, lo que, a su vez, se asocia a una menor predisposición a participar políticamente en respuesta a esta situación. Estudios futuros deberían analizar en qué condiciones, definidas tanto en términos psicológicos como sociales, los individuos de clases más desaventajadas se mostrarían más favorables a participar políticamente a fin de promover cambios sociales y reducir la desventaja de la que son víctimas.

Referencias

Becker, J. C., Kraus, M. W., y Rheinschmidt-Same, M. (2017). Cultural expressions of social class and their implications for ingroup-related beliefs and behaviors. Journal of Social Issues, 73, 158-174.

Fritsche, I., Moya, M., Bukowski, M., Jugert, P., de Lemus, S., Decker, O., Valor-Segura, I., y Navarro-Carrillo, G. (2017). The great recession and group-based control: Converting personal helplessness into social class in-group trust and collective action. Journal of Social Issues, 73, 117-137.

Kraus, M. W., Côte S., y Keltner, D. (2010). Social class, contextualism, and empathic accuracy. Psychological Science, 21, 1716–1723.

Kraus, M. W., Piff, P. K., Mendoza-Denton, R., Rheinschmidt, M. L., y Keltner D. (2012). Social class, solipsism, and contextualism: how the rich are different from the poor. Psychological Review, 119, 546-572.

Moya, M., y Fiske, S. T. (2017). The social psychology of the great recession and social class divides. Journal of Social Issues, 73, 8–22.

Navarro-Carrillo, G., Valor-Segura, I., y Moya, M. (2018). Do you trust strangers, close acquaintances, and members of your ingroup? Differences in trust based on social class in Spain. Social Indicators Research, 135, 585-597.

Piff, P. K., Kraus, M. W., Côte, S., Cheng, B. H., y Keltner, D. (2010). Having less, giving more: The influence of social class on prosocial behavior. Journal of Personality and Social Psychology, 99, 771–784.

Stellar, J. E., Manzo, V. M., Kraus, M. W., y Keltner, D. (2012). Class and compassion: Socioeconomic factors predict responses to suffering. Emotion, 12, 449–459.

Manuscrito recibido el 29 de agosto de 2017.
Aceptado el 5 de febrero de 2018.

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