Maïka Telga y Juan Lupiáñez
Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento, Universidad de Granada, España

(cc0) Michael Jarmolouk.
Ser socialmente inteligente requiere usar la estrategia adecuada para hacer inferencias correctas sobre personas desconocidas. Aunque categorizar (es decir, basar nuestro juicio en el grupo social de pertenencia de las personas) es rápido y poco costoso, implica cierto riesgo de error. En cambio, individualizar (tomar decisiones en base a las características individuales de las personas) es siempre más preciso, pero también es más costoso y a veces imposible. En este artículo revisamos un protocolo experimental que permite investigar el uso diferenciado de estas estrategias y comprobamos si el uso de incentivos motiva a la individualización, cumpliéndose el refrán “a dinero en mano, el monte se hace llano”.

El mundo en el que vivimos es escenario de numerosas relaciones interpersonales, a menudo caracterizadas por la desigualdad existente entre sus protagonistas. Un gran número de personas son discriminadas debido a su pertenencia grupal. En este artículo planteamos los debates acerca de la relación existente entre las explicaciones que las personas discriminadas dan de su situación desfavorecida y las consecuencias psicológicas que dichas atribuciones pueden tener.
Nuestras complejas impresiones sobre personas o grupos sólo tienen dos dimensiones subyacentes: la competencia y la sociabilidad. Además, ciertos factores sociales (como el prestigio, o las relaciones que mantengamos con los otros grupos) permiten predecir cuál será la impresión que nos formaremos. Diversos estudios indagan sobre estas cuestiones.