Fernando Gordillo (a), José M. Arana (a) y Lilia Mestas (b)
(a) Facultad de Psicología, Universidad de Salamanca, España
(b) Facultad de Estudios Superiores Zaragoza, Universidad Nacional Autónoma de México, México

Continuamente estamos sometidos a un enorme flujo de información a la que no podemos prestar atención en su totalidad, y que debe ser filtrada por un mecanismo básico. El contenido emocional de la información es clave en este proceso, de manera que aquello que es potencialmente peligroso atrae nuestra atención para poder ser afrontado con prontitud, al mismo tiempo que nos permite un mejor recuerdo de la información que nos será de utilidad en situaciones similares. En este sentido, podríamos decir que la atracción por lo negativo es un requerimiento adaptativo de alerta y prevención.

Las lenguas del mundo difieren enormemente en su complejidad morfológica. Nociones como el tiempo, el aspecto, la negación, la evidencialidad o la estructura de eventos se pueden expresar por medios morfológicos o simplemente de manera léxica. Lupyan y Dale (2010) han realizado un estudio estadístico de más de 2000 lenguas en el que encuentran un alto grado de correlación entre la complejidad morfológica de una lengua y factores demográficos como el número de hablantes, su extensión geográfica o su grado de contacto lingüístico con otras lenguas. Estos resultados apuntan a la relevancia de factores socio-culturales en la explicación de la estructura gramatical de las lenguas.
La mayoría de nosotros sabe que los ojos parpadean espontáneamente. Muchos tenemos también la certeza de que este movimiento se produce varias veces por segundo. Pero lo que pocos conocen es que nuestro sistema atencional también parpadea. Pero así es. Aunque sea en un sentido metafórico, nuestra capacidad para mantener la atención sobre series de estímulos visuales sufre de apagones espontáneos que bloquean la identificación de algunos estímulos. Según recientes estudios, tanto el entrenamiento en técnicas de meditación como la presencia de estímulos afectivos pueden modular la ocurrencia de estos apagones a los que los investigadores llaman parpadeos de la atención.
Las evidencias de carácter biológico sugieren que, si bien la facultad del lenguaje puede considerarse, en lo sustancial, una capacidad cognitiva funcionalmente independiente, no lo sería por completo en términos genéticos/moleculares, neuronales o evolutivos.