Jose Luis Mendívil
Dept. de Lingüística General e Hispánica, Universidad de Zaragoza, España
Si el lenguaje es innato, que las lenguas difieran estructuralmente resulta paradójico. Pero es posible resolver la paradoja sin soslayar la profundidad de la diversidad de las lenguas ni negar el condicionamiento natural del lenguaje.
Chomsky propuso ya en los años 50 del siglo pasado que existe una Facultad del Lenguaje (FL) naturalmente condicionada por el diseño del organismo, y específicamente lingüística. Si esto es cierto, la predicción es que las lenguas no deberían variar estructuralmente. Y, sin embargo, varían. Una solución (la de buena parte del funcionalismo y cognitivismo lingüísticos) ha sido negar la existencia de tal FL. La otra opción, la tradicional en el ámbito chomskiano, ha sido la de negar la profundidad de la diversidad entre las lenguas y considerarla un epifenómeno.
La aproximación que propongo para resolver la paradoja (Mendívil, 2009) se basa en el desarrollo de la antigua comparación entre lenguas y especies, y en una concepción minimalista de la FL (Chomsky, 1995; Hauser, Chomsky y Fitch, 2002). En ella, la FL está formada por un sistema computacional recursivo (sintaxis), que constituye su núcleo, y por otros componentes, entre los que se incluyen los sistemas conceptual-intencionales y los sensoriomotores, así como las interfaces (traductores) entre el primero y los segundos (véase la Figura 1).
Figura 1.- Adaptado de Hauser y col. (2002: 1570). El círculo mayor representa lo que los autores denominan la Facultad del Lenguaje en sentido amplio (FLA), que excluye otros sistemas que son necesarios pero no suficientes para el lenguaje, como la memoria o la respiración. Dentro de la FLA se representa con el círculo interior la Facultad del Lenguaje en sentido estricto (FLE), que sería -por hipótesis- lo único específicamente humano y específicamente lingüístico y que, según presupuestos minimalistas, incluiría únicamente un sistema computacional responsable de la sintaxis y la recursividad.
Mi hipótesis central es que la variación lingüística estructural es consecuencia de que esos sistemas de interfaz entre la sintaxis y el resto de componentes de la FL se pueden configurar de diferentes maneras en cada lengua. Pequeños cambios en el desarrollo ontogenético de dichas interfaces se manifestarían en la morfología de las lenguas (esto es, en los patrones de expresión fonológica de las unidades gramaticales). El cambio lingüístico se da al pasar las lenguas de generación en generación con esas «mutaciones».
Esto conlleva que la diversidad lingüística estructural es consecuencia del cambio lingüístico, exactamente igual que la diversidad de las formas vivas no es sino el resultado de la evolución. Como en la evolución natural, la historia es ciega y contingente, lo que implica un rechazo general de toda explicación direccional del cambio lingüístico y, por tanto, también de la explicación de la diversidad estructural de las lenguas como resultado de una adaptación a la cultura o a la visión del mundo de sus usuarios.
En la analogía entre lenguas y especies que propongo, el equivalente lingüístico al individuo es la FL de cada persona (esto es, su conocimiento de su lengua o lengua interiorizada), mientras que la especie lingüística se corresponde con una población de lenguas interiorizadas semejantes. Si la lengua interiorizada es un estado o propiedad de la mente de una persona, entonces es un objeto natural, lo que nos permite concluir que lenguas y especies son entidades de la misma naturaleza formal: agrupaciones de objetos naturales históricamente modificados.
Al revisar las diversas versiones de la teoría evolutiva moderna, Williams (1992) planteaba que la visión neodarwinista, con su confianza en la adaptación, sostiene una concepción del organismo-como-un-artefacto (adaptado para satisfacer determinadas funciones), mientras que la visión antineodarwinista, con su confianza en las leyes naturales para condicionar la estructura de los seres vivos, sostiene una concepción del organismo-como-un-cristal (diseñado por leyes naturales básicas). Pero añade una tercera concepción, la del organismo-como-documento. Así, Williams recuerda que muchos rasgos de los seres vivos no son especialmente funcionales. Menciona concretamente el hecho de que todos los vertebrados están expuestos al ahogamiento por el hecho de que los sistemas respiratorio y digestivo se cruzan en la garganta. Dicha propiedad sólo tiene sentido desde el punto de vista del organismo como un documento, esto es, como un legado histórico recogido por el organismo como herencia de un antepasado en el que la parte anterior del tracto alimenticio se modificó para formar un sistema respiratorio antes innecesario.
En teoría evolutiva los tres puntos de vista son relevantes y los tres deberían serlo también en la explicación de la estructura de las lenguas. Por definición, la concepción minimalista prefiere una visión de las lenguas análoga a la del cristal, y por ello se ha centrado en lo que, desde ese punto de vista, constituye lo universal e invariable del lenguaje: el sistema computacional que llamamos sintaxis. Por su parte, la aproximación funcionalista fomenta la perspectiva del modelo del artefacto, y por ello se centra esencialmente en el uso del lenguaje y su influencia en la frecuencia y contexto comunicativo de las construcciones gramaticales.
Pero no tienen por qué ser visiones incompatibles. Lo que se argumenta en Mendívil (2009) es que la clave para la explicación de la diversidad de las lenguas está precisamente en la aproximación a éstas como documentos, y no en las otras dos. He sugerido que la diversidad estructural de las lenguas es el resultado de los cambios lingüísticos (mutaciones azarosas) que suceden en el desarrollo ontogenético de los sistemas de interfaz entre los módulos no específicamente lingüísticos y el propio sistema computacional. Ello implica que la sintaxis no es un hecho cultural anidado en las lenguas, sino que está naturalmente condicionada. Una sintaxis así es una propiedad de la especie, no estaría sujeta a adquisición y sería entonces insensible al cambio y a la variación en tiempo histórico. Si la sintaxis es universal, debemos rechazar la visión de las lenguas como (exclusivamente) sistemas culturales complejos que se transmiten de generación en generación (p.ej., Kirby, Smith y Brighton. 2004). Sin embargo, la morfología de las lenguas sí podría contar como un fenómeno de naturaleza esencialmente histórica (evolutiva), que varía a través del aprendizaje iterado y que sería la responsable, en última instancia, de la diversidad estructural entre las lenguas.
Es poco probable que otros sistemas cognitivos humanos (como la visión o el tacto) tengan una historia cultural significativa. Pero, si la perspectiva propuesta es correcta, no es así con el lenguaje. Si cada lengua humana es, a la vez, una instancia del mismo órgano mental y un objeto histórico singular, cada una de ellas es un valioso punto de vista distinto del mismo objeto, lo que puede ofrecer una vía privilegiada en la ciencia cognitiva para abordar la estructura y naturaleza de la Facultad del Lenguaje.
Referencias
Chomsky, N. (1995). The Minimalist Program. Cambridge (MA): The MIT Press.
Hauser, M. D., Chomsky, N. y Fitch, W. T. (2002). The Faculty of Language: What is it, who has it, and how it evolved? Science, 298, 1569-1579.
Kirby, S., Smith, K. y Brighton, H. (2004). From UG to universals. Linguistic adaptation through iterated learning. Studies in Language, 28, 587-607.
Mendívil, J. L. (2009). Origen, evolución y diversidad de las lenguas. Una aproximación biolingüística. Frankfurt: Peter Lang.
Williams, G. C. (1992). Natural selection: Domains, levels and challenges. Oxford: Oxford University Press.